MEDARDO
Bien dicen que nombre es destino y ni
modo que sea famoso en el mundo del maquillaje con este nombrecito. Para
trascender en el mundo fashionista debería de llamarme algo así como Dominic o
Zachary o Bijou… pero también tendría que cambiar mi apellido, ni modo que me
presenten como Bijou Menchaca, el maquillista de las estrellas. Aunque
preferiría que me reconocieran por ser más integral, un verdadero estilista
capaz de cambiar las apariencias de cualquiera y siempre mejorándolo… ay, y
aquí en la corporación puro apache que no sólo necesitan estilistas sino a Dios
mismo en persona.
La verdad es que tampoco mi facha es la
mejor, pero qué puedo hacer si debo pasar inadvertido para que no se burlen de
mí, para que no me tachen de marica, para que no me peguen. No es fácil ser un
estilista en el cuerpo de un policía, el oficial Medardo Menchaca, escuadrón
Ben Hur de la corporación Excalibur.
En lugar de encontrar el tono adecuado del cabello que debe llevar una novia de piel apiñonada que haga resaltar su rostro el día de su boda y cuyo vestido es color durazno, debo estar detrás de los vagos que todo el día están en el mercado drogándose o buscando pleito o viendo a ver qué roban… ay, no, qué fastidio. Y luego, tener que soltarlos por méndigos cincuenta o cien pesos, pero ni modo, tengo que juntar para mis cursos de estilo y para mi spa futuro.
No creo que nadie, ni mi inspector
general —que tiene una mirada que parece que penetra todo todo, ay, menos lo
que debería, y parece que puede ver en el fondo de la gente y que nadie le
puede mentir porque de inmediato lo notaría— se imaginen que debajo del
uniforme azul horrendo llevo la mejor lencería que se pueda conseguir.
Otra vez el Cuijo y el Sobaco se están
peleando. Se ven tan patéticos esos desechos humanos, puros huesos forrados de
pellejo y sacándose la poca sangre que les queda. Si por mí fuera, los dejaría
matarse, y trataría de que todos los vagos se pelearan entre sí para que se
exterminaran entre ellos. Su sangre es negra, qué asco, y los mocos y gargajos
vuelan por todos lados, ni modo, a separarlos…
“A ver, hijos de la chingada, ya sepárense o me los cargo, ya saben que no se permiten pleitos en mi mercado, culeros. Órale, lléguenle”.
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