martes, 4 de febrero de 2025

 

MERCADO

 

El mercado de la colonia es grande, enorme, variadísimo, colorido como pintura naif, con tantos olores mezclados con sonidos que forman una sinestesia verdulero-cárnica sin igual.

Entrando por la puerta 3 del sur lo primero que se ven son los licuados; otra parada obligada es el local de las vísceras en el que se puede comprar bofe (es decir, pulmón), que huele muy feo cuando se cocía a fuego lento. También ofrecen hígado o corazón o ubre o riñones, fuentes buenísimas de proteínas a muy bajo costo.

Al entrar al mercado siempre se escucha el grito de la anciana del mercado: ¡Barato, barato, barato, barato, barato! Vende verduras, casi siempre aguacates y jitomates. Junto a la viejita está el local de los juguetes cuyo mayor atractivo son los luchadores de plástico duro y mal pintado.

Por supuesto que hay puestos de comida, ya sea para comer ahí, pero con ciertos matices: si se come de lunes a viernes, se puede conseguir comida corrida a precio razonable por lo que ofrecen: arroz, sopa aguada, guisado, agua y tortillas sin límite. El postre es aparte.

Si se busca comida el sábado o el domingo, lo que se encuentra con mucha facilidad es la barbacoa recién hechecita, consomé, tortillas hechas a mano y toda la parafernalia que la acompaña. También es grande la oferta de carnitas estilo Michoacán. Hay garnachas de todo tipo: quesadillas, sopes, huaraches, machetes, pambazos, tostadas, tacos…

La oferta de comida abarca cuatro pasillos completos, y parece que a todos les va muy bien: siempre están llenos de comensales.

Como todo mercado que se precie de serlo, los pasillos están divididos por concordancias semánticas: verduras, frutas, carnes, desechables, cremerías, pescaderías, pollerías, misceláneas, y así se van distinguiendo por especialidad, para que uno pueda decir: te veo en el pasillo de la jarciería.

Por supuesto que relegado al final del mercado está el basurero, que recibe diario no sé cuantos cientos de desperdicios de diversa índole que forman un mosaico abigarrado, variopinto y surrealista. Es un espacio grande, muy grande, pero nunca tan grande como el basurero de la ciudad, que está a solo cinco calles del mercado.



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