viernes, 3 de abril de 2009

SÓLO 40

Llegué a 40. ¿Eso qué? Nada, no pensé, sinceramente, llegar. No sé si la mente humana en general o la mía en particular tienden a la tragedia, pero siempre estuve seguro de tener como límite los 38. Recuerdo que una vez en una fiesta familiar —somos 11 hermanos, qué locura— una de mis hermanas, que ya estaba bastante ebria, me dijo en tono confidencial: "oye, quién crees que vaya a morir primero de nosotros", sin dudarlo contesté que yo; ella, seria, me dijo "sí, también creo que tú". Ja, es la sinceridad que a algunos les da el alcohol.

Hablando de alcohol, me dan ganas de decir que (es mi cumpleaños y voy a escribir cuanta bobada se me ocurra) es muy aburrido esto de no tener pasión por algo. Ni siquiera por un vicio, ni siquiera por un pasatiempo, ni siquiera por una venganza, ni por algún alimento. Envidio a los que se entregan a una pasión sin pensarlo (bueno, tal vez si lo pensaran dejaría de serlo), a quienes se emborrachan con cualquier excusa, a los que se levantan temprano por seguir sus impulsos, a los que matan por celos, a los que pierden todo por un maldito naipe inoportuno, a los que corren sin saber a dónde, a los que abandonan sin justificar, a los que fuman como si no tuvieran pulmones, a los que bailan como si el mundo se fuera a acabar, a quienes hablan gritando. Envidio a los que no fallan a fiesta alguna aunque no los inviten, a quienes escalan y juegan ruleta rusa de a deveras, a quienes saben todo de algo pero no de todo, a quienes se apasionan por ganar el cielo, a quienes darían la vida por sentirse queridos, a los responsabilísimos ejemplares de oficina, a los que tienen miedo real y profundo de perder el trabajo, a quienes sólo tienen miedo real y profundo, a los que esperan los viernes de parranda, a los drogadictos por elección, a los que hacen algo, lo que sea.

Todos ellos tienen por lo menos algo que los ancle al mundo. Qué suerte.

Cumplir 40 no importa, no se siente nada. Pensé que ahora sí tendría ganas, ánimos o motivos para festejar. No, es lo mismo siempre: un día es peor de aburrido que el anterior; nada extraordinario que motive a la sangre a correr como loca, al cerebro a apagarse y darle paso a las tripas, nada que ponga a las nubes en el suelo o al fango en las alturas, nada que me aviente de la cama, nada que me diga que la vida (más allá del miedo y la costumbre) merece ser vivida.

Ya.

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