martes, 4 de noviembre de 2008

LA LENGUA


No creo que todos tengan la obligación de utilizar el lenguaje de manera impecable; más aún, no creo que exista alguien que lo utilice sin errores. Además de cansado, pedante, purista, afectado, extraño y cualquier calificativo que se nos ocurra, sería aburridísimo. No me imagino llegar con mis hijos y decirles: “pequeños míos, debo realizar un acto de sinceridad y manifestarles que mi amor hacia ustedes es muy grande”; o sería muy inhumano acercarse a una señorita en la calle y decirle “disculpe usted que me atreva a hablarle sin que medie un conocimiento previo de nuestras personas pero, debo confesarlo, su apariencia me resulta altamente atractiva”. No es recomendable, no creo que a nadie le guste un piropo similar.

Si no existieran giros del lenguaje inesperados, si no hubiera creadores involuntarios de metáforas sorprendentes, si la lengua fuera un objeto acabado la vida, la realidad sería, estoy convencido, muy árida.

Por lo menos a mí me encantan muchas palabras que son incorrectas, que no las registra el diccionario, que no existen oficialmente pero que dan un gusto al oído cuando son pronunciadas por alguien más o por uno mismo. Ahora recuerdo la palabra arrempujar, es tan expresiva, tan original y tan eufónica que debía ser aceptada de nuevo por la Real Academia.

En el metro es donde he encontrado muchos creadores de innovaciones lingüísticas (o será que soy el clásico chismoso auditivo que siempre está atento al habla de los demás); recuerdo a un vendedor de tijeras que al ser cuestionado acerca de si tenían mucho filo respondió presto: “casi no mucho”. Viene a mi memoria que alguien me dijo en alguna ocasión: “medio abundé tantito”, refiriéndose a que había hecho algunas precisiones de algún tema. Por ahí escuché platicando a un par de amigos, y uno le dijo al otro que fumar le provocaría “cáncer en el enfisema pulmonar”.

Un gran amigo, cuando recién lo conocí, empleaba mucho el término nadien; una vez que lo sustituyó por el correcto le cuestioné el porqué usaba la “n” al final y me explicó que sólo lo utilizaba en plural; es decir que nadien era el plural de nadie.

Por supuesto no soy un defensor del mal uso del idioma, pero sí estoy convencido de que ciertas expresiones enfatizan y presentan de forma más contundente lo que queremos expresar. Si sólo usáramos nuestro idioma como lo marcan las preceptivas, el día de mañana tendría que renunciarse al derecho de escribir, de crear, de jugar con los sonidos, de proponer, de inventar y sólo nos quedaría la faja lingüística que, a la larga, nos asfixiaría. Por lo pronto, yo me voy a arrempujar unos tacos con mi compita.

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