lunes, 10 de noviembre de 2008

LA HERMANDAD

Nadie me engaña: hay una sociedad secreta, súper secreta, de poetas. Nadie que no sepa poetizar sabrá nunca dónde está. Es más, estoy arriesgando la vida por denunciar públicamente su existencia, así que sirva este escrito como una protección para mí: si algo me pasa, será un homicidio poético-vengativo.

No es una locura, alucinación ni estupidez; es un hecho que se demuestra con las pruebas que daré a continuación.

Los poetas se identifican entre sí con un saludo especial: se miran primero de reojo y si detectan que sus miradas están llenas de imágenes difíciles de describir con el lenguaje, suponen que están ante un semejante. Ése es un primer paso. Posterior a esa mirada se acercan con sigilo y si cuentan que el otro dio 17 pasos o cualquier otro número primo, tienen un segundo indicativo. Parece sencillo hasta aquí, pero la cosa se dificulta. Si los presentan, se fijan en las manos del otro: debe tener rastros de lágrimas, mariposas, desvelos, ruinas y dudas. Puede ser en ese orden o no.

Aunque tengan esos indicadores, no se confían y pasan a la prueba final: el poeta habla en colores. Pueden hablar en rojo o en azul, los más en negro, pero los mejores hablan en violeta. No me pregunten por qué, yo sólo digo lo que me confió el poeta disidente; me dijo: “hay un dicho entre la hermandad: dichoso quien hable en violeta porque tendrá el secreto”. Misteriosas palabras.

Hay muchos farsantes que desprestigian a los poetas verdaderos. Estos adefesios del lenguaje se disfrazan de intensos, adoptan un aire de dios creador que nadie aguanta, sienten la necesidad de atraer los reflectores hacia su ego. Guácala.

Aprendí que los reales poetas trabajan en cualquier lugar, conviven con cualquier persona y, sobre todo, tienen el corazón fuera del cuerpo, expuesto y vulnerable. Saben algo más que los demás mortales nunca sabremos. Sé que lo saben pero si lo digo corro el riesgo de morir atravesado por un verso envenenado. Mejor me callo.

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