domingo, 10 de abril de 2011

ALICIA

Mi madre se llama Alicia y tiene 81 años. No voy a decir que fue un ejemplo de cariño y ternura, pero a cambio nos dotó de un carácter particular, fuerte ante las adversidades, sin autocomplacencias, ajeno a pedir, apto para minimizar el dolor, objetivador y racional. No podían esperarse excesivas muestras de amor de quien tuvo que criar once niños, once seres independientes y pedinches, diferentes todos, demandantes. La paciencia no podía exigirse, la minuciosidad individual era imposible. Hoy el mundo no le gusta más. Se aleja poco a poco de la realidad, se queda con sus recuerdos mejores. Hoy recuerda a su padre --muerto antes de su nacimiento-- y la visita que le realizó en la cuna para darle unas monedas, muestra de que nada le faltaría en este mundo hoy irreal para ella.

El doctor le diagnosticó una serie de padecimientos que le recuerdan el pasado pero le borran el presente inmediato.

Qué sabe él.

Mamá Alicia está buscando su país de las maravillas, en donde el dolor no la alcance, donde los recuerdos que lastiman se van, son de otros no de ella. Allá podrá platicar con su gato risón y su falsa tortuga, con la oruga sabia y podrá de nuevo correr tras la liebre. Aquí ni caminar puede, la palabra le llega en pequeñas dosis.

Mamá Alicia volverá a ser la niña con los ojos bien abiertos ante el mundo nuevo, todo lo que de pequeña imaginó se lo otorgará a sí misma porque lo merece, ya cumplió en esta otra estúpida, árida y maloliente realidad.

La están esperando sus hermanos, su madre, ahí sí podrá jugar con su papá y preguntarle quiénes son esos que la cuidan y le dan pastillas, esos que le decimos mamá. Y su padre la cargará en hombros y le ayudará a ver el mundo desde una altura distinta.

En su nuevo mundo, sólo de ella, tendrá los quince centímetros más que el destino le negó de este lado, los ojos de color claro que siempre soñó. Acá tuvo hermosos ojos muy muy oscuros, serios, retadores, casi espejos.

Alicia está entrando a su nuevo país de las maravillas y se va a quedar ahí porque siempre estuvo a su lado, susurrándole al oído que pronto conocería esas tierras que son de ella, para ella, que la esperan desde que nació, que tanto dolor sólo era su viaje iniciático, la prueba de que merecía estar ahí. Y ganó.

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