lunes, 1 de marzo de 2010

SOLEDAD

Existen un montón de citas, frases hechas, lugares comunes, expresiones huecas que sentencian las ventajas o las ingratitudes de la soledad. Que es la madre de todos los vicios (¿o esa es la pereza?), que es la mejor o la peor consejera, que es mala compañía en la depresión, que es lo más recomendable para sanar heridas sentimentales. En fin.
Lo que sé es que hay una soledad maligna, malévola y, peor aún, no tomada en cuenta: la soledad estúpida o egoísta. Es muy común y quien la padece no se da cuenta; es más, si se le hace notar, no entiende o se molesta. Todos hemos padecido a algún solitario estúpido: es aquél que cree que está solo en el mundo, que puede hacer lo que le venga en gana y que el resto de la humanidad está sujeta a su voluntad. La tierra es de él.
Para explicarme mejor, voy a ejemplificar, porque nunca he sido un teórico brillante.
Es temprano, abordamos el metro en una estación poco concurrida así que tenemos grandes probabilidades de encontrar un lugar para que nuestra osamenta permanezca sentada en el recorrido. Llega el vagón y está muy ocupado, apenas dos o tres lugares libres. Presto acudimos a donde hay un asiento disponible y ¡ahí está, un solitario estúpido!, con sus patotas arriba del asiento de enfrente, muy cómodo, casi acostado, ensuciándolo sin importarle que alguien vaya a sentarse ahí. No sabe nada más que está solo en el mundo.
En el auto, va uno de lo más tranquilo, chiflando una melodía y de repente el del carril de un lado se mete en el nuestro sin que tenga espacio ni tiempo suficientes, sin prender las luces indicadoras y sin mirar su retrovisor. No le importa porque él es el único en la tierra que va manejando.
Alguien habla por un teléfono público durante horas, la fila que se forma detrás de él no existe, está solo en este valle de lágrimas.
Ese tipo de solitario egoísta, tiene la absoluta certeza de que todo cuanto ve, siente, huele, toca, percibe e, incluso, imagina le pertenece. Tiene un auténtico certificado que lo acredita como apoderado de la realidad.
Dejé al final al solitario estúpido narcisista. Es el peor de todos los solitarios. Es aquél que puede ofender al prójimo, actuar como se le antoje, herir sin medida pero, faltaba más, no perdona una ofensa, todo lo que no le parece es un insulto para él; el mundo tiene que comprenderlo y perdonarle todo, pero él no perdona ni olvida.

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