miércoles, 1 de octubre de 2008

LA MISIÓN


A mitad de una reflexión profundísima acerca del papel del hombre en la tierra, me atacó una certeza irrebatible: las letras tienen personalidad mística y oculta para el ojo no acostumbrado a desentrañar misterios.

Como yo soy toda una autoridad en materia de hermenéutica, descubrí lo que las letras nos dicen con su trazo y voy a comunicar esta verdad absoluta. De una vez advierto que quien quiera aprovechar esta erudita disertación deberá citar la fuente, bajo pena de desprecio público si no lo hace. Ahí les voy.

Voy a desenmascarar la real personalidad de tres letras: la M, la C y la N. Cada quien podrá seguir la interpretación de las letras que desee siguiendo mi método científicamente comprobado.

La M es una letra malvada, engañadora, mentirosa, que arrastra a la perdición a quien se pierde en sus líneas y ángulos. Fíjense bien: comienza en lo más bajo y sube libremente, pero se inhibe a sí misma en el crecimiento, se atemoriza de alcanzar el cielo y comienza a descender lenta y maléficamente. De nuevo se arrepiente y a la mitad de su caída decide subir, con la intención de que las demás letras la admiren. Apenas alcanza su subida anterior, cuando decide caer y llegar al fango. En su trayecto arrastra a quienes se dejan seducir por su insinuante ascenso.

La C es una letra indecisa, tibia, que no se compromete, veleta que se va a donde soplen mejores vientos. Mírenla, nunca está arriba, nunca está abajo, no se atreve a cerrarse por completo y no se decide a volverse línea. Siempre está en el purgatorio.

La N es mi favorita. Es la letra de la salvación, de la posibilidad de redención, de que todo se puede, de que no importa el origen sino la mirada frontal. Su principio lo encontramos en el suelo, es una letra humilde que no pareciera prometer mucho. Sube, sube, sube y, como todo buen héroe legendario, sufre un tropiezo que lo vuelve a arrojar al lodazal… pero se sobrepone y comienza un glorioso ascenso ininterrumpido, nada la detiene y llega tan lejos como imaginación tengamos.

Las letras tienen una misión en la tierra de la comunicación. Los hombres también: encontré, por fin, para qué estamos en esta tierra, para qué nacemos y nos esforzamos por respirar cada día: estamos aquí para… ¡caray, se me acabó el espacio!

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